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Un réquiem para Alí Primera, cuarenta años después

por | Feb 16, 2025 | RESEÑAS

(Una remirada a un sentido Viaje de Despedida)

Cuarenta años después y con una remirada analítica de lo que realmente constituyó la inesperada y dolorosa partida física del Cantor del Pueblo, pudiésemos afirmar –sin dejo de duda- que fue precisamente ese pueblo de a pie, al que tanto le cantó, quien le vino a dar el verdadero y temprano significado a su abrupta desaparición. Tal apreciación la hacemos no solamente por haber observado las dramáticas y sentidas expresiones de dolor de miles de personas humildes que, de manera espontánea y sin convocatoria alguna, empezó a llenar la augusta Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela en profunda y respetuosa vigilia; o basados en aquella presentida y espesa alfombra de luto y llanto que cubrió a la Patria, donde las emisoras radiales, a motu propio, callaron rumbosas músicas carnavalescas, para radiodifundir el recio mensaje de su Canto, al cual aún los gobiernos oligarcas, no le habían levantado del todo su oprobioso veto.

Esas observaciones quedarían incompletas si no las complementásemos con lo observado y vivido a lo largo del recorrido hacia la Paraguaná de su siembra, en el cual recogimos múltiples manifestaciones del pueblo humilde que se agolpó en la ruta para darle un último adiós a quien los había visibilizado a través de su Canción. Antes que calificarlo como una manifestación aislada de solidaridad, -a cuatro décadas de aquel viaje-, podríamos caracterizarlo más bien como un sentimiento espontáneo que recorrió y fue, a manera de baño colectivo simultáneo, amalgamando sentidas expresiones de estudiantes, cantores, cultores, músicos, campesinos, obreros, criadores y de gente humilde en todo aquel trayecto. Pero fundamentalmente, de madres con sus pequeños hijos e incluso algunas embarazadas, desafiando el sol y con una flor en la mano, para ofrendarlas al féretro al paso de la larga caravana que, a pesar de la premura con el tiempo y en contradicción de haber negado pedimentos de pueblos y ciudades ubicados en la ruta; no pudo negarse a unas breves paradas, a fin de que se cumpliesen esos silentes, pero recónditos actos de sentimientos populares, sencillos y emotivos.

A medida que hacíamos carretera -manejando absortos y reflexivos- escuchando sus canciones para darnos ánimo y fuerza, no podíamos dejar de pensar a quien llevábamos en aquel inevitable ataúd, porque ya habíamos prescindido de carrozas y de otras pompas fúnebres, tal como fue su inveterado deseo. Pero igualmente al ir dejando atrás kilómetros y ver aquella espontaneidad popular, fuimos ganando conciencia de que a su Canto el pueblo no lo dejaría morir. Porque ese Canto no fue únicamente una expresión innovadora en lo musical; fue y es, además, una especie de caja de resonancia, convertida en consecuente portavoz donde Cantor y Canción se fusionaron para recoger y transmitir las aspiraciones y angustias de un pueblo, que fue secularmente ignorado e innombrado hasta la llegada del Alí Primera; que ahora, en ese camino, le retribuía y dignificaba con un homenaje progresivo a la altura de una sencillez florecida en la ternura y el amor.

Con ello también se nos fue disipando preocupantes dudas de que su cuerpo fuese secuestrado y arrebatado al pueblo por la represión, tal como era costumbre en la época, para evitar la honra popular a los caídos. Desde la alborada de aquella mañana en que abrimos ruta en la Plaza del Rectorado de su amada UCV, donde un joven espontáneo se acercó a nuestra camioneta a fijar una Bandera Nacional para distinguir el vehículo en el cual llevábamos al Cantor; y al ver a cientos de adoloridos pero combativos estudiantes, cultores y gente de pueblo abordar decididamente cuantos autobuses, busetas y vehículos solidarios estuviesen disponibles para ir a acompañarlo en su último viaje, reforzamos la idea de que cualquier intento de secuestro sería imposible de ejecutar. De igual forma, tomamos conciencia de que esa firme disposición y compromiso, era una retribución inquebrantable del pueblo, al coraje, fe y valentía que desplegó Alí Primera, en cuyo corto pero intenso recorrido vital, no dejó pueblo oprimido o en lucha que no recibiese su solidaridad militante y revolucionaria.

Al contrario de lo pensado, en las alcabalas y puestos de control del largo recorrido, lo que encontramos fue la solícita colaboración de funcionarios abatidos también, por la triste e impactante noticia de quien, en vida, los había dignificado con el trato amable y respetuoso y reivindicado en su categorización como parte integrante del pueblo humilde y proletario. Hasta hubo algunos que se sintieron agradecidos y honrados por haber recibido de parte del Cantor –y de sus propias manos como destacaban-, una que otra de sus producciones musicales, en sus frecuentes viajes a Paraguaná; mientras que otros, legítimamente, se sentían ufanos y orgullosos de su colaboración cómplice, al permitir que Alí franqueara las alcabalas con jaulas de pajaritos adquiridos en cautiverio, para luego liberarlos, en algún lugar del cielo azul y aireado espacio de su querida península.

En la prosecución de aquel viaje en ese domingo de carnaval y llegar a la zona agrícola de su Falcón natal, y al ver asomarse rostros tristes de familias campesinas, no pudimos sustraernos de evocar la letra de su canción Flora y Ceferino, en la cual el Cantor nos teje de manera certera y hierática la difícil vida que llevaba el campesino venezolano. Para mayor impacto, fue como si el Cantor, a través de esa letra, nos invitara a reflexionar -y precisamente en ese día domingo- acerca de los domingos de Flora cuando no encontró médico para su esposo ni medicinas en la farmacia sin llevar real. Lo malo, pensábamos e imbuidos con el recuerdo de las arengas de Alí, era que los domingos de Flora y Ceferino, como de todo el campesinado venezolano, eran eternos y permanentes para la época; en la que morían no por culpa de Dios, sino que los mataba el hambre que imperaba en el amplio medio rural de la geografía nacional.

Similares sentimientos afloraron al avistar el vasto y horizontal mar azul de Cumarebo. Con esa visión me retrotraje al recuerdo de nuestra fugaz visita al Manicuare de Araya, en la cual el Cantor quiso cumplir con el imperioso deseo de conocer la cuna de su admirado poeta, Cruz Salmerón Acosta; hecho cumplido cuando aún era un bisoño estudiante de Química en la Universidad Central, casi veinte años atrás de ésta sentida travesía. Me preguntaba al pasar por las cercanías de Cumarebo, si aquel mar azul, sería igual de salobre al de Araya que empapó las pupilas de Salmerón y despertó su inmensa y azul vena poética. Aunque también pensé con certeza de que -al igual que Salmerón- Alí hubiese sido capaz de cambiar años de vida por un día de lluvia; o, cuando menos, sembrar urupaguas para mitigar la secular sequía de la Falconía de sus raíces, especialmente si le quitaban la agüita dulce a su cerro Galicia que tanto defendió.

El tumultuoso y desbordado recibimiento a su hijo, en su natal Coro, no tuvo nada que ver con el coro triste de canción alguna; porque el murmullo del pueblo asombrado bajo el celaje de nubecillas, la frescura del agua clara y el aroma de flores vivas en los ventanales de sus viejas casonas, disipó –en mucho- pesadumbres y melancolías. En la vetusta sede del Ateneo a donde llevamos al Cantor, también se presentía la presencia de Rafuche con su guitarra, con ganas de traer de vuelta sus viejas canciones para cantarlas, de manera sonora y sentida, en una amorosa serenata de despedida en el crepúsculo de la tarde coriana; en la cual, hasta los cujíes resistían estoicamente el dolor por la partida de Alí. Asimismo, hubo paisanos que imaginaron el rondar de Antonio Isidoro Primera, quien cuarenta y un años atrás, había ofrendado su vida en aquel caserón colonial, con ganas de fundirse en un abrazo con su hijo Alí Rafael, que había partido de este mundo, cuando aún le quedaba mucho por hacer por éste, su consentido pueblo.

Finalmente, Paraguaná constituyó el epílogo apoteósico de aquel viaje. Con un numeroso colectivo popular apostado en la autopista Coro-Punto Fijo que salió a su encuentro, tras no poder soportar más una ansiosa espera, que hizo más profusa y evidente la metáfora humana del lagrimear de las Cumaraguas e igualmente más hondos y desgarrados los gritos que poblaron los cardonales de su tierra caquetía. En esa tierra árida que lo vio crecer, junto a su Madre que lo dejó luchar por los humildes, que le enseñó a no matar las mariposas y que comprendió que la lucha por los hombres no se hace por caridad, sino por convicción; estuvo un amoroso y combativo pueblo que lo acompañó, musitando rezos y bendiciones de la Mamá Pancha rezandera, puño en alto y con claveles rojos. Pero, con la reconfortante promesa de seguir luchando por la alborada, tal como lo había solicitado el incansable Camarada, que fue bajado –entre sollozos entrecortados y susurros de estrofas del himno nacional- a posesionarse de los cuatro metros de su tierra liberada, para ir a su descanso eterno, inesperado y prematuro.

 

Los Taques, febrero 2025.

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