La esperanza está en la calle. Yo la vi. Iba andrajosa y desenfocada, fría y sin abrigo.

Mi ciudad es lúgubre, con bombillas tenues y amarillentas; tumultuosa y con personas sin destino que colisionan entre sí.

Entre la muchedumbre también rondaba la esperanza, como una más del amorfo montón, con la cara semi iluminada por un brillo escaso.

Desde una calle oblicua surgió un personaje de ropajes cambiantes, de aspecto atractivo, mutante. Su misión era atrapar la esperanza para arrebatarle su vestido, usurpar su identidad y plantarse al frente de la multitud sobre un carruaje andante de corroídas ruedas.

La esperanza está en la calle y la multitud no la puede alcanzar. El personaje que la secuestró se ha convertido en desvarío con lenguaje de sirena.

En mi ciudad hay enredaderas trepando paredes mugrosas y polvo despedido por pasos desorientados.

En mi ciudad, la gente corre despavorida de un lado a otro buscando el horizonte. La gente reconoce la real esperanza que está en la calle, en situación de calle, disfrazada, montada en una carreta de caballos viejos.