Hoy fue el día en que el Libertador, aún sin estar bien, estuvo más juicioso, más esclarecido y despejado de la mente y más dueño de sus facultades mentales y espirituales… Hoy fue confesado por el cura, hizo su testamento y dictó su Ultima Proclama, pero dejemos que nos lo cuente con detalles el propio Doctor Reverend, que fue el motor y testigo de todas estas circunstancias como médico de cabecera del Libertador.
Dice Reverend: «S.E tiene en la evolución general de su enfermedad un conjunto de síntomas alarmantes que forman para mí un presagio funesto».»Enterado de la situación el General Montilla, me dijo: «Ya que el Libertador como dice Ud está en peligro, sería menester entonces que Ud le avisase de su mal estado a él, para que arreglase sus cosas espirituales y temporales». «Sírvase señor General, dispensarme» dijo el Doctor; «si yo hiciera tal cosa con S.E, No me quedaría aquí ni un momento ; Eso no es asunto del médico, más bien es una tarea del sacerdote.» «¿Qué haremos, pues?» Dice Montilla…»Lo mejor para salir del apuro será llamar al señor Obispo de Santa Marta; ahí tiene usted el caballo del Libertador General, en un salto avise al Doctor Estéves, a fin de que se sirva llegarse para acá lo más pronto posible. Sobre la marcha vino el ilustre prelado, que sin tardar se puso a conferenciar a solas con el Libertador, y a poco rato salió de su aposento.
Entonces dirigiéndose a mí S.E., me dijo: «Qué es esto Doctor, estaré tan malo así para que se me hable de testamento y de confesarme?»*. «No hay tal cosa, señor, tranquilícese, le dije. Varias veces he visto enfermos de gravedad practicar estas diligencias y después ponerse buenos. Por mi parte confío que después de haber cumplido V. E. con estos deberes de cristiano cobrará Ud más tranquilidad y confianza, a la par que allanará las tareas del médico». El Libertador lo único que dijo fue: «¿Y Cómo podré yo salir de este laberinto?». No fue el lance tan apretado cuando por la noche de este mismo día se le administraron los sacramentos. «Por más tiempo que viva,» dice Reverend, «nunca se me olvidará lo solemne y patético de lo que presencié: El cura de la aldea de Mamatoco, cerca de San Pedro, acompañado de sus acólitos y unos pobres indígenas, vino de noche a pie, llevando el viático a Simón Bolívar. *¡Qué contraste! un humilde sacerdote y de casta ínfima, a quien realzaba solo su carácter de ministro de Dios, sin séquito y aparatos pomposos propios de las ceremonias de la Iglesia, llegase aquí con los consuelos de la religión a dárselos al Primer Hombre de Sur América, ¡al ilustre Libertador y Fundador de Colombia! ¡Qué lección para confundir las vanidades de este mundo!» «Estábamos todos los circunstantes impresionados por la gravedad de tan imponente acto». «Acabada la ceremonia religiosa, luego se puso el escribano Notario Catalino Noguera en medio del círculo formado por los Generales Mariano Montilla, José María Carreño, José Laurencio Silva, militares de alto rango; los señores Joaquín de Mier, Manuel Ujueta y varias personas de respetabilidad, para leer la última alocución dirigida por Bolívar a los colombianos. Noguera apenas pudo llegar a la mitad de la lectura, pues su conmoción no le permitió continuar y le fue preciso ceder el puesto al doctor Manuel Recuero, a la sazón auditor de guerra, quien pudo concluir la lectura; Pero al acabar de pronunciar las últimas palabras «Yo bajaré tranquilo al sepulcro», fue cuando Bolívar desde su butaca en la habitación en donde estaba sentado, dijo con un voz triste y ronca: SI, SEÑORES AL SEPULCRO!. … QUE ES LO QUE ME HAN PROPORCIONADO MIS QUERIDOS CONCIUDADANOS, PERO YO LES PERDONO ¡Ojalá yo pudiera llevar conmigo el consuelo de que permanezcan unidos! *. «Al oír estas palabras que parecían salir de la misma tumba, se me encogió el corazón; y al ver la consternación pintada en el rostro de todos los circunstantes a cuyos ojos asomaban copiosas las lágrimas, yo tuve que apartarme del círculo y apartarme de allí para ocultar las mías, que no me las habían arrancado otros cuadros más patéticos». REVEREND (¡Qué barbaridad carajo!)
PARTE MÉDICO NÚMERO 11 Dos o tres horas de sueño en las primeras de la noche y con alguna inquietud. El resto de ella lo pasó S.E. desvelado, conversando solo, y de consiguiente deliraba. La mayor parte del tiempo era un quejido continuo; pero el paciente siempre contestaba que estaba bueno. No pudo restablecerse la expectoración como antes; de consiguiente tuve mas motivo para creer que iba a efectuarse la metástasis. Se continúo el uso de los calmantes y por otra parte los revulsivos.
Diciembre 10, a las ocho de la mañana. REVEREND. *PARTE MÉDICO NÚMERO 12 Como de costumbre S.E tenía más despejo de día, por la noche le crecieron los males con más fuerza. De cuando en cuando la misma modorra; pero al despertarse hablaba con serenidad y claridad. Sin embargo, aparecían los síntomas de congestión en el cerebro. Como S. E. es de naturaleza estreñido se le dieron dos píldoras purgantes para evacuarlo, y no le hicieron efecto, a pesar de dos lavativas que se le echaron. Le atacó el hipo de nuevo y tuvo más arqueadas. Un parche anodino le restableció la quietud; pero siguiendo siempre las señales inminentes de una congestión cerebral, se le puso un cáustico o vejigatorio en la nuca a las dos de la tarde, continuando los mismos remedios revulsivos y anodinos. A las ocho y media de la noche se levantó el cáustico, que le había hecho poco efecto, por lo que se le puso otro inmediatamente en el mismo paraje. Bebió el agua de goma por tisana común. Habiendo estado por la tarde más despejado a beneficio del cáustico, S. E. hizo sus disposiciones espirituales y temporales con la mayor serenidad, no le reparé la menor falta en el ejercicio de sus facultades intelectuales, lo que atribuí también al efecto del vejigatorio.
Diciembre 10, a las nueve de la noche. REVEREND.