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Autopsia de Bolívar, diciembre 17

por | Dic 17, 2024 | HISTORIA

Autopsia del cadáver del Excelentísimo Señor Libertador General Simón Bolívar realizada por Alejandro Próspero Reverend Médico francés que asistió al Libertador en su última enfermedad. El 17 de diciembre de 1830, a las cuatro de la tarde, en presencia de los Generales beneméritos Mariano Montilla y José Laurencio Silva, habiéndose hecho la inspección del cadáver en una de las salas de habitación de San Pedro, en donde falleció S.E. el General Bolívar, ofreció los caracteres siguientes:

1) Habitud del Cuerpo: Cadáver a los dos tercios de marasmo, descoloramiento universal, tumefacción en la región del sacro, músculos muy poco descoloridos, con­sistencia natural

2) Cabeza Los vasos de la aracnoides en su mitad posterior ligeramente inyectados, las desigualdades y circunvoluciones del cerebro recubiertas por una mate­ria pardusca de consistencia y transparencia gelatinosa, un poco de serosidad semi-roja bajo la dura madre: el resto del cerebro y cerebelo no ofrecieron en su subs­tancia ningún signo patológico

3) Pecho De los lados posterior y superior estaban adheridas las pleuras costales por producciones semimembranosas: endurecimiento en los dos tercios su­periores de cada pulmón; el derecho, casi desorganiza­do, presentó un manantial abierto del color de las heces de vino, jaspeado de algunos tubérculos de diferentes tamaños no muy blandos; el izquierdo, aunque menos desorganizado, ofreció la misma afección tuberculosa, y dividiéndolo con el escalpelo se descubrió una concre­ción calcárea irregularmente angulosa del tamaño de una pequeña avellana. Abierto el resto de los pulmones con el instrumento, derramó un moco pardusco que por la presión se hizo espumoso. El corazón no ofreció nada de particular, aunque bañado en un líquido ligeramente verdoso contenido en el pericardio

4) Abdomen El estómago, dilatado por un licor amari­llento de que estaban fuertemente impregnadas sus pa­redes, no presentó, sin embargo, ninguna lesión ni flogo­sis: los intestinos delgados estaban ligeramente meteorizados: la vejiga, enteramente vacía y pegada bajo el pubis, no ofreció ningún carácter patológico. El híga­do, de un volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie convexa; la vejiga de la hiel muy exten­dida; las glándulas mesentéricas obstruidas; el vaso y los riñones en buen estado. Las vísceras del abdomen en general no sufrían lesiones graves. Según este examen, es fácil reconocer que la en­fermedad de que ha muerto S. E. el Libertador era en su principio un catarro pulmonar, que, habiendo sido descuidado, pasó al estado crónico, y consecu­tivamente degeneró en tisis tuberculosa. Fue, pues esta afección morbífica la que condujo al sepulcro al General Bolívar, pues no deben considerarse sino como causas secundarias las diferentes complica­ciones que sobrevivieron en los últimos días de su enfermedad, tales como la aracnoides y la neuro­sis de la digestión, cuyo signo principal era un hipo casi continuo; Y ¿quién no sabe, por otra parte, que casi siempre se encuentra alguna irritación local extraña al pecho en las tisis con degeneración del parenchima pulmonar? Si se atiende a la rapidez de la enfermedad en su marcha, y a los signos patoló­gicos observados sobre el órgano de la respiración pudo posibilitarse la curación. Naturalmente es de creerse que causas particulares influyeron en los progresos de esta afección. No hay duda que agentes físicos ocasionaron primiti­vamente el catarro del pulmón, tanto más cuanto que la constitución individual del paciente favorecía el desarro­llo de esta enfermedad, que la falta de cuidado hizo más grave; que el viaje por el mar, que emprendió El Libertador con el fin de mejorar su salud, le con­dujo al contrario a un estado de consunción deplo­rable, no se puede contestar; pero también debe con­fesarse que afecciones morales vivas y punzantes como debían ser las que afligían continuamente el alma del General, contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez en su desarrollo y de gravedad en las complicacio­nes, que hicieron infructuosos los socorros del arte. Debe observarse a favor de esta aserción, que el Libertador, cuando el mal estaba en su principio, se mostró muy indiferente a su estado, y se denegó a admitir los cuidados de un médico: S. E. mismo lo ha confesado: era cabalmente en el tiempo en que sus enemigos le hartaban de disgustos, y en el que estaba más expuesto a los ultrajes de aquellos que sus beneficios habían hecho ingratos. Cuando S. E. llegó a Santa Marta, bajo auspicios mucho más fa­vorables, con la esperanza de un porvenir más di­choso para la Patria, de quien veía brillantes defen­sores entre los que le rodeaban, la naturaleza con­servadora retomó sus derechos: entonces pidió con ansia los socorros de la medicina. Pero ¡ah! ¡Ya no era tiempo! El sepulcro estaba abierto aguardando la ilustre víctima, y hubiera sido necesario hacer un milagro para impedirle descender a él.

San Pedro, diciembre 17 de 1830, a las ocho de la noche

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