Siempre estuve seguro que un no muy lejano día todos los azules pájaros volarían alborotados sobre esta bahía llena de volcanes de risa por las noches, de apresurados pasos en las tardes, y de absoluto silencio al amanecer. Idéntico a ese silencio es el que guardo estoicamente ante las jocosas tribulaciones del espacio perdido, del tiempo que se agota y se hunde en el extenso y perpetuo mar que nos mira de frente.  Quién sabe hasta cuándo estarás con nosotros.

A esta bahía yo la recuerdo de niño. Apacible, tranquila, instigadora de sueños, dueña de secretos y esperanzas. A esta bahía se le ve el corazón junto al sol, se le ven los pómulos rojos al atardecer; y en una roca de su orilla se posa majestuosa un ave solitaria, otrora peregrina, para cubrirse de apasionada noche, para soñar su sueño mientras las olas emiten su misterioso y plácido rugir.

En esta bahía ya no están las murallas del oprobio, usurpadoras de tu altiva belleza, levantadas por los mercaderes de tu templo natural. Y aquí estoy en tu orilla plena de luz, de rojo esplendor, de azules pájaros volando.